martes, 6 de octubre de 2009

Cuotas y paridades

Antes de empezar esta entrada en el blog, quiero dejar claro que estoy en contra de cualquier tipo de cuota que fije, a modo de decretazo, cualquier orden en la vida. A pesar de ello, hago una clara excepción a la regla con aquellos que desafortunadamente sufren una minusvalía del tipo que sea, que les hace competir en condiciones de partida claramente inferiores a los demás.

¿Vivimos en una sociedad machista?

Durante años y años he visto cómo mi hermano era capaz de repetir tres, cuatro o las veces que hiciera falta el primer, segundo y tercer plato con tal de no levantarse de la mesa y llevar los platos a la cocina, sin que mis padres se dieran cuenta de su infalible estrategia (¿o sí?). Pero una prueba de que las cosas están cambiando, es que mi hermano, desde que se ha casado, echa una mano en todas las tareas del hogar, reconducido por su mujer, Paula, a la senda de la igualdad.

Para no ser injustos con él, he de decir que cuando a mi padre le daba por hacer bricolaje en casa, al único que llamaba para que le trajese el martillo, le sujetara la escalera, le buscara una tuerca de rosca y fuera varias veces al garaje a localizar el destornillador correcto, era a Jose Luis. Pero una prueba de que las cosas están cambiando, es que a mi marido le horroriza el bricolaje y si necesito colgar un cuadro, atornillar un armario o arreglar un enchufe, a mí sólo se me ocurre gritar: “¡¡¡Jose Luis!!!”.

En fin, que no todos valemos para todo.

¿Y por qué hablo hoy de esto?

Este fin de semana tuvimos una cena en casa de la Embajadora, con varios amigos. Sin entrar en nombres, y hablando del mundo diplomático, alguna mujer presente estaba a favor de las cuotas en favor de las mujeres, defendiendo que el número de embajadores y embajadoras debería de ser el mismo, aunque haya de imponerse a modo de cuota.

A raíz de esto comenzó una discusión salvaje que duró hasta bien entrada la madrugada. Tan interesante estaba, que yo, que siempre me acuesto a las diez de la noche quejándome de lo pesada que me siento, seguía excitadísima a las tres de la mañana y no hubo quien me pusiera a dormir.

Los opositores a diplomático son mayoritariamente hombres, por las razones que sea (y que muchos intuimos). Y aunque el número de mujeres que se presentan a dicha oposición es cada vez mayor, la realidad es que el porcentaje de mujeres es minoritario, por el momento.

¿Tiene sentido que haya el mismo número de Embajadores que de Embajadoras? La respuesta es no.

Y si imponemos una cuota que iguale el número de ambos, cometeremos un grave error, porque se terminarán promocionando a mujeres sin experiencia o demasiado jóvenes para un cargo de tal responsabilidad. Y será injusto con los hombres, así de sencillo.

En el caso de que esa cuota existiese, deberíamos aplicarla entonces en el resto de campos donde el hombre tiene paulatinamente una presencia menor, como por ejemplo, Judicaturas.

He tenido la suerte, gracias a la lucha de muchas mujeres muy valiosas, de poder acceder a la Universidad sin discriminación alguna (salvo por la nota media), donde no recuerdo que hubiese muchos más hombres que mujeres.

Aunque todo depende de qué tipo de título universitario estemos hablando. Una estadística elaborada por el INE en mayo de este año deja claro que nuestras preferencias en cuanto a estudios no son siempre parecidas, habiendo muchos más varones que mujeres matriculados en arquitectura e ingenierías técnicas, y en cambio, muchas más mujeres que hombres matriculadas en ciencias de la salud o en humanidades y ciencias sociales.

Mientras todos dispongamos de partida de las mismas oportunidades en materia de Educación, la discriminación no tiene cabida. Y hoy por hoy, las tenemos.

¿Existe discriminación, entonces?
Sí.

Cuando accedí al mercado laboral no pude apreciar si cobraba más o menos que mis compañeros o compañeras, hasta que logré un puesto de Director Financiero, y tuve acceso a todas las nóminas, sistemas de retribución variable y bonus dentro de la empresa. Y de nuevo, de pon pin porrazo, me encontré con grandes diferencias entre hombres y mujeres. Todos los directivos varones tenían coche de empresa, y sin embargo, las mujeres no. Y los sueldos eran considerablemente más altos en los hombres que en las mujeres en puestos de igual responsabilidad. Eso es discriminación.

Pero hablamos de empresas privadas. ¿Puede realmente un Estado intervenir y decidir cuánto deben pagar estas compañías a sus empleados? En mi opinión, no, no puede. El Estado sólo puede igualar los sueldos en los puestos públicos de idéntica categoría para hombre y mujeres (y demás criterios discriminatorios, claro, raza, origen, religión etc...)

El tema de la igualdad de sueldos (y demás complementos, no siempre monetarios) en el sector privado me temo que es una lucha individual en la que somos nosotras las que tenemos que valorarnos y exigir lo que nos merecemos.

Una vez dicho esto, que no estoy a favor de las cuotas ni de que el Estado intervenga en el sector privado, nos encontramos una situación en la que la mujer claramente parte de una situación desventajosa: la familia. La conciliación familiar y laboral.

Otra de las personas presentes en la cena argumentó que el modelo de sociedad ha cambiado, así como el esquema de valores. La familia, que ha sido desde los orígenes de los tiempos la base de la sociedad y de la economía de un país, ha sido relegada a un segundo plano. El número medio de hijos en España es de 1,3, y el número de divorcios crece sin fin. Nos echamos las manos a la cabeza cuando vemos a España en “la cola” en materia de Educación, mientras nuestros hijos (yo todavía no tengo, pero puedo observarlo) son educados por asistentas por horas, absorbidos por la basura de la televisión, influidos por la incontrolable perversión de internet, y sometidos a la disciplina de la cesión continua por parte de unos padres que se sienten culpables porque saben que, claramente, lo están haciendo mal. ¿Es culpa de ellos? No.

Ahora mismo, muy pocas familias pueden permitirse el lujo de vivir con un único sueldo.

Lo ideal sería, primero y fundamental, que volvamos a un sistema de valores tradicionales, donde la familia tenga la importancia que debe de tener.
Y una vez asimilado por todos que la familia es un objetivo prioritario: acortar unos horarios laborables eternos, alargar el permiso por maternidad y paternidad (hasta 1-2 años, alternando entre el padre y la madre durante periodos breves de tiempo 3-4 meses), guarderías en las propias oficinas, introducir la posibilidad de la jornada partida o reducida(desde 3-4 años hasta 16 años), de forma que se pueda recoger a los hijos del colegio y pasar la tarde con ellos; introducir cursos de formación y actualización durante esos permisos de maternidad y paternidad, para evitar ese temido adiós a nuestro status e incluso a nuestro puesto de trabajo. Canalizar incentivos de forma que las empresas privadas sean las primeras interesadas en aplicar dichas medidas. Son sólo algunas sugerencias, de las que mucho se habla, pero que poco se aplican.

Abramos las puertas que hay que abrir, y olvidémonos de cuotas o paridades.

¡Toma ladrillo!

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