viernes, 27 de febrero de 2009

Conejitos de indias

Mi querida amiga, Lisa, italiana, escritora, divertidísima y claramente mi ángel de la guarda en Eslovenia, nos llamó para invitarnos a comer.

No, no, nooooo…replicamos inmediatamente…. veniros a casa a cenar el miércoles. Vais a ser nuestros conejillos de indias. La inocente Lisa cuando se enteró de que cenaríamos pescado y que los conejitos eran ellos se quedó un poco decepcionada: “Oy, io pensavo che conejitos de indias fosse un piatto, una ricetta andalusa!!!”

Qué os voy a decir: otra noche sin dormir. No hay dolor, viva la decoración, ella desviaría la atención del posible desastre culinario. Decidí hacer coincidir el color de los tulipanes bermellones que decoraban el centro de la mesa con el primer y tercer plato.

¿El primer plato? Ensalada de queso de cabra con frutos rojos (frambuesas y pipas de granada) ¿El tercer plato? Pastel de frutos rojos con helado de frambuesa.

Todo muy colorido. Un toque “fashion”. (El jamón del aperitivo también hacía juego, ahora que me doy cuenta)

¿El segundo plato? Lubina al horno sobre una base de patatas, acompañada de múltiples verduras al horno.

Total, estábamos en plan cocinillas cuando me doy cuenta de que son ya las siete y media, y que nuestros invitados estaban al caer. Un grito más tarde “¡Dios mío, es tardísimo!” fui corriendo a ducharme, esperando poder quitarme el olor a cebolla de mis manos y el olor a fritura de pimientos de mi pelo. Para mi disgusto, el olor no se quitó hasta varios días después, o al menos no se quitó de mi pituitaria.

Para cuando salí del baño y volví, se podía jugar al frisbi con mis patatas, que tan esmeradamente había cortado en finas rodajas. Las puse igualmente porque si no desaparecía la mitad del plato, y no era plan. Pero las verduritas prometían. Luis, quién ya era un frito en sí mismo, se había dejado la piel para que estuviesen perfectas. Y en efecto, fueron el éxito de la noche.

Nuestros invitados llegaron guapos y perfumados, y se sentaron a tomar el aperitivo en el salón, mientras Luis y yo llegábamos a la compenetración visual más perfecta que hemos tenido en lo que dura ya nuestro matrimonio. “Vete ya que se queman”, mientras salían lenguas de fuego de sus ojos, fue lo más tranquilizador que emitía mi adorado esposo.

No me pude concentrar en la conversación ni un minuto durante la cena. Sólamente podía pensar en lo duras que estaban las patatas (y sosas); y en la cara de Brane, arquitecto esloveno de gran tamaño, a mi derecha, que miraba desesperado la comida dietética que le habíamos preparado. Una cena ligera sin rastro de colesterol. Para compensar le serví dos raciones de tarta y de helado. Él se dio cuenta de mi preocupación, y me aclaró gentilmente que no me preocupase que él había hecho un “late lunch”. Toma.

A Luis no se le veía tan preocupado. Supongo que fue porque estaba orgullosísimo de sus verduras. Pero si notó que dejamos a nuestros comensales silbando y por ello, al día siguiente, elaboró un menú más adecuado.

Copas en el salón, risas, Brane durmiendo (literalmente) la comilona (no, no puede ser), Michelle hablando de mujeres, Lisa divertisíma, nos relajamos…

Menú para los siguientes que vengan a casa (fuente: Luis C.)
Aperitivo: selección de embutidos ibéricos, salazones y un queso por cada estado miembro de la UE. Festival de croquetas. Empanada de bonito. Pepinillos. Banderillas.
Primer plato: fabada asturiana.
Segundo: marmitako.
Pescado: bacalao a la bilbaína con pan frito.
Carne: entrecot sepultado en queso Gorgonzola.
Nueva pasada por la tabla de quesos. Postre: hojaldre de nata, castañas, nueces y frutas del bosque.
Para beber: chocolate caliente y espeso.
Side dish en cada plato: kraut.
PD: ¡Yo me he pedido de postre una cocinera y una camarera a ver si cuela!

La Embajadora en casa...¡a comer!

Con la excusa de no tener la casa en condiciones por falta de muebles (excusa real por otra parte), nunca invitamos a nadie a comer o cenar…sentados.

Sí es verdad que hemos organizado algún cóctel que otro para no pocos invitados, unas treinta o cuarenta personas, pero fue relativamente fácil porque contratamos un catering, unas cocineras, unas camareras; y porque la falta de muebles fue en ese caso un punto a favor. Decoramos toda la casa con velas asumiendo el riesgo de un incendio fortuito y chupi.

Pero esta semana Luis decidió dar un giro radical a nuestra apatía culinaria, y el sábado por la tarde, bien tarde, decidió invitar a la Embajadora a comer a casa. Y no a un cóctel, ¡a una comida!

Gracias a Dios, el día anterior se nos ocurrió ir al mercado y surtir la nevera a conciencia. Compramos una lubina salvaje bien hermosa, patatas, todo tipo de verduras, frutas (unas frambuesas enormes en una cajita que nos costó como un letra de un anillo de Cartier) y unos quesos ricos, ricos.La lubina, en la nevera, esperaba aterrorizada nuestro experimento. Porque nosotros dos no hemos cocinado nunca una lubina (yo, ni una lubina ni otras muchas cosas). Y por eso era ideal el momento en que Luis decidió invitar a comer a la Embajadora. Para probar.

No dormí en toda la noche. Asumir el envenenamiento del jefe de mi marido me estaba costando una úlcera estomacal.

Pero me levanté dispuesta a poner una mesa maravillosa de forma que la Embajadora estuviera más pendiente de la decoración que de la comida. Una vez terminada la puesta en escena, no me pareció suficientemente "ideal" como para compensar una indigestión, así que decidí que la mejor forma de salir del atolladero era ser sincera con ella y explicarle mi falta de conocimiento en la materia.

Y oye, funcionó, la pobre Embajadora nos hizo la comida. Se me debería caer la cara de vergüenza, pero hay veces en la vida en que hay que ser realistas. Destrozar la buena relación de Luis con ella por mi incapacidad era una estupidez.

Lo pasamos muy bien, y nosotros aprendimos a hacer una lubina al horno.

jueves, 19 de febrero de 2009

Los topillos (dedicado a mis amigas solteras)

Me encantan los topillos (probablemente porque no tengo jardín).

Son unos mamíferos pequeñitos. Si no sabéis cómo son, sólo hay que acordarse de los dibujos de los libritos de Beatrix Potter.

Después de bucear en numerosos estudios antropológicos en Internet y en varios libros, la frase más divertida y rotunda que he encontrado sobre estos pequeños animalitos es: “cada topillo es un mundo”.

Estoy de acuerdo, no hay topillos iguales. ¿O sí?

Los estudios dejan claro que si yo fuese una topilla inocente, en los treinta o treinta y tantos, que buscase un topillo para formar un hogar, tener topillitos y una madriguera decente, correría un grave riesgo si empezase a salir con un topillo de la montaña en lugar de un topillo de la pradera. ¿Por qué?

Porque el topillo de la pradera o Microtus ochrogaster tiene un comportamiento familiar intachable. Es fiel hasta la muerte, e incluso en el 80% de los casos el topillo no vuelve a contraer matrimonio tras enviudar. Colabora sin rechistar en el cuidado de la prole, y suele vivir con los suegros en paz.
En cambio, el topillo de la montaña o Microtus montanus es hosco, se enclaustra en su madriguera individual, es traidor con sus parejas, y no cuidan de la prole en absoluto.

El problema es que los topillos no llevan un cartel colgado al cuello que indique qué carácter corre por sus venas, y para cuando la topilla se atreve a preguntarle por su familia, ya está completamente loca por los huesillos del topillo. Si resulta ser un oriundo de la pradera nuestra topilla estará de suerte, pero ¿qué hacer si se trata de uno de la montaña? Intentar cambiarlo es la primera reacción de una topilla enamorada, pero como dicen por ahí, la cabra tira al monte, y el topillo a la montaña, o lo que es lo mismo, al mundo de la poligamia y al viva la vida. Malo. La topilla lo va a pasar fatal y se va a llevar un desengaño de tomo y lomo.

Otro problema es que antes los topillos de la pradera y de la montaña apenas se cruzaban y era fácil diferenciarlos. Sabías dónde buscarlos. A la pradera para un compromiso serio, y a la montaña para un affaire. Pero con el cambio climático han ido acercándose geográficamente, y al cruzarse entre sí, han creado una nueva rama: el topillo que no sabe lo que quiere. Es el topillo híbrido.

Esta tipología de topillo no sabe si quiere una familia, pero tampoco le importaría tener una (una vez cumplidos los 45 en adelante). Como una topilla pille a uno de estos, se vuelve loca. Fijo. Por lo menos cuando sale con un topillo de la montaña, ya sabe que va a ser una desgraciada total, pero con el topillo híbrido la confusión es absoluta y la contradicción tremenda. Este topillo podría prometer el oro y el moro a nuestra inocente topilla, y poner pies en polvorosa en cuanto encontrase la mínima ocasión, como negarse a vivir con sus suegros, vender su madriguera actual o pensar en tener un topillito que le quitase el protagonismo en la guardería.

¿A dónde quiero llegar yo con todo esto?

Pues decirle a mis muy queridas amigas solteras que antes de salir a buscar novio se lean un buen estudio sobre los topillos. Yo he tenido la suerte de estar en la pradera en el momento adecuado, pero hubiera agradecido mucho en su día conocer la vida de los topillos y dar boleto a más de un Peter Pan.



¿Parece monísimo verdad? ¡Pues vete tú a saber!

miércoles, 18 de febrero de 2009

Popurrí I

Primera visita a Liubliana enero 2009-Popurrí I

La visión de los Alpes no me preparó para la impresión que tuve al aterrizar en el aeropuerto de Liubliana. Mientras miraba a través de la ventanilla, creí escuchar: “Bienvenidos a Siberia. Esperamos que el viaje en trineo haya sido de su agrado y que vuelvan a viajar pronto con Penguin Trinelines”.

Pero no.

Estoy en Eslovenia. Todo está nevado. Todo está helado. Los árboles son pura escarcha, todas las ramas espolvoreadas de azúcar blanca. Dan ganas de arrancarlos y colocarlos en el Belén que tanto trabajo ha dado a mi padre este año.

La temperatura: menos cinco grados bajo cero. Me dice Michelle que no me puedo quejar, he vuelto cuando “la primavera” empieza. Y es que durante estas navidades las temperaturas han llegado a menos dieciséis grados bajo cero. La verdad es que yo no encuentro ninguna diferencia, a cero grados ya no siento ni padezco. Luis me dice que tenemos que pasear por la calle para que me acostumbre a nuestro posible siguiente destino: Rusia. Brrr. No quiero. Aunque pensándolo bien, al menos estaré segura de que gas no va a faltar, y que la calefacción está asegurada.

Cuando llego a casa veo que todas las plantas se han muerto. Y según la encargada de cuidarlos, una pluriempleada asesina de cualquier vida vegetal, la culpable ha sido la calefacción. ¿Pero Eslovenia no dependía del gasoducto de Ucrania? Un milagro, un exceso de calor ha matado a mis queridas kentias, mi pequeño ficus, nuestros pequeños maceteros de albahaca, tomillo, perejil y de no sé qué más que Luis ponía en sus pizzas. Tengo un disgusto considerable.

En fin, que desde el momento en que Luis se va a trabajar, soy el único ser vivo en casa. Ingrid, nuestra pluriempleada asesina, está de baja con 39 de fiebre, y no va a venir a casa en esas condiciones. La faena es grande porque la mini casa de Madrid la limpio en un plis plas, pero para ésta necesito como mínimo una Ladyvap. Mi disgusto considerable es ya de marca mayor.

Salgo a la hora de comer para encontrarme con otros seres humanos, que normalmente se reducen a Luis y a Michelle .

Caminar hacia el restaurante requiere un alto nivel de equipamiento de montaña y como mínimo, un seguro de vida. Dos pequeños y cortos paseos me han dejado claro que solamente se puede caminar por el centro de la calle, aunque te atropellen. Es mucho más fácil morir bajo un alud de nieve y hielo procedente de un inocente alerón. Las botas que me ha regalado mi madre, forraditas pero sin tacos, convierten mi paseo en un patinaje intermitente, lo que añade cierto riesgo de lesiones a la corta caminata.

Pocas actividades sociales esta semana: una cena con consejero "sin denominación", la inauguración de una exposición de Chagall en el Museo de la ciudad (que tiene un café al que ciertamente llevaré a mis futuros visitantes), y el cumpleaños de Luis, el gran evento de la semana, que celebraremos en Venecia este fin de semana, y cuyo contenido me guardaré para mí.

La tarde de la exposición empezamos con mal pie. Un martes como otro cualquiera, un modelo corriente, un maquillaje sutil si no inexistente, y yo tan contenta, cuando al ir acercándonos al museo noté que el número de personas y el nivel de flashes eran ciertamente chocantes. Miré a Luis con horror, que me devolvió la mirada con cara de ya te lo dije... ¡Era la inauguración! Luis, como un pincel, me dice que él me enseñó la invitación donde lo ponía claramente. Yo le recuerdo (con ganas de salir corriendo a casa) que la invitación estaba en esloveno, idioma que, como muchos otros, no domino. Tras un pequeño ataque de ansiedad, cerré los ojos y atravesé la entrada sin contratiempos. Apareció Michelle, que no prestó atención a ningún cuadro y que se dedicó, en cambio,a asediar visualmente a una rubia altísima. Y con cierto éxito, pues ella le miraba continuamente no sé si porque estaba entusiasmada con Michelle o porque estaba aterrorizada ante la posibilidad de sufrir un secuestro.

La exposición, qué decir, a mi Chagall no me entusiasmó. Los carteles sí me gustaron, pero el resto de dibujos seleccionados para la ocasión me parecieron el resultado de un concurso escolar sobre el nacimiento de Jesús y la Navidad.