viernes, 27 de febrero de 2009

La Embajadora en casa...¡a comer!

Con la excusa de no tener la casa en condiciones por falta de muebles (excusa real por otra parte), nunca invitamos a nadie a comer o cenar…sentados.

Sí es verdad que hemos organizado algún cóctel que otro para no pocos invitados, unas treinta o cuarenta personas, pero fue relativamente fácil porque contratamos un catering, unas cocineras, unas camareras; y porque la falta de muebles fue en ese caso un punto a favor. Decoramos toda la casa con velas asumiendo el riesgo de un incendio fortuito y chupi.

Pero esta semana Luis decidió dar un giro radical a nuestra apatía culinaria, y el sábado por la tarde, bien tarde, decidió invitar a la Embajadora a comer a casa. Y no a un cóctel, ¡a una comida!

Gracias a Dios, el día anterior se nos ocurrió ir al mercado y surtir la nevera a conciencia. Compramos una lubina salvaje bien hermosa, patatas, todo tipo de verduras, frutas (unas frambuesas enormes en una cajita que nos costó como un letra de un anillo de Cartier) y unos quesos ricos, ricos.La lubina, en la nevera, esperaba aterrorizada nuestro experimento. Porque nosotros dos no hemos cocinado nunca una lubina (yo, ni una lubina ni otras muchas cosas). Y por eso era ideal el momento en que Luis decidió invitar a comer a la Embajadora. Para probar.

No dormí en toda la noche. Asumir el envenenamiento del jefe de mi marido me estaba costando una úlcera estomacal.

Pero me levanté dispuesta a poner una mesa maravillosa de forma que la Embajadora estuviera más pendiente de la decoración que de la comida. Una vez terminada la puesta en escena, no me pareció suficientemente "ideal" como para compensar una indigestión, así que decidí que la mejor forma de salir del atolladero era ser sincera con ella y explicarle mi falta de conocimiento en la materia.

Y oye, funcionó, la pobre Embajadora nos hizo la comida. Se me debería caer la cara de vergüenza, pero hay veces en la vida en que hay que ser realistas. Destrozar la buena relación de Luis con ella por mi incapacidad era una estupidez.

Lo pasamos muy bien, y nosotros aprendimos a hacer una lubina al horno.

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