Me encantan los topillos (probablemente porque no tengo jardín).
Son unos mamíferos pequeñitos. Si no sabéis cómo son, sólo hay que acordarse de los dibujos de los libritos de Beatrix Potter.
Después de bucear en numerosos estudios antropológicos en Internet y en varios libros, la frase más divertida y rotunda que he encontrado sobre estos pequeños animalitos es: “cada topillo es un mundo”.
Estoy de acuerdo, no hay topillos iguales. ¿O sí?
Los estudios dejan claro que si yo fuese una topilla inocente, en los treinta o treinta y tantos, que buscase un topillo para formar un hogar, tener topillitos y una madriguera decente, correría un grave riesgo si empezase a salir con un topillo de la montaña en lugar de un topillo de la pradera. ¿Por qué?
Porque el topillo de la pradera o Microtus ochrogaster tiene un comportamiento familiar intachable. Es fiel hasta la muerte, e incluso en el 80% de los casos el topillo no vuelve a contraer matrimonio tras enviudar. Colabora sin rechistar en el cuidado de la prole, y suele vivir con los suegros en paz.
En cambio, el topillo de la montaña o Microtus montanus es hosco, se enclaustra en su madriguera individual, es traidor con sus parejas, y no cuidan de la prole en absoluto.
El problema es que los topillos no llevan un cartel colgado al cuello que indique qué carácter corre por sus venas, y para cuando la topilla se atreve a preguntarle por su familia, ya está completamente loca por los huesillos del topillo. Si resulta ser un oriundo de la pradera nuestra topilla estará de suerte, pero ¿qué hacer si se trata de uno de la montaña? Intentar cambiarlo es la primera reacción de una topilla enamorada, pero como dicen por ahí, la cabra tira al monte, y el topillo a la montaña, o lo que es lo mismo, al mundo de la poligamia y al viva la vida. Malo. La topilla lo va a pasar fatal y se va a llevar un desengaño de tomo y lomo.
Otro problema es que antes los topillos de la pradera y de la montaña apenas se cruzaban y era fácil diferenciarlos. Sabías dónde buscarlos. A la pradera para un compromiso serio, y a la montaña para un affaire. Pero con el cambio climático han ido acercándose geográficamente, y al cruzarse entre sí, han creado una nueva rama: el topillo que no sabe lo que quiere. Es el topillo híbrido.
Esta tipología de topillo no sabe si quiere una familia, pero tampoco le importaría tener una (una vez cumplidos los 45 en adelante). Como una topilla pille a uno de estos, se vuelve loca. Fijo. Por lo menos cuando sale con un topillo de la montaña, ya sabe que va a ser una desgraciada total, pero con el topillo híbrido la confusión es absoluta y la contradicción tremenda. Este topillo podría prometer el oro y el moro a nuestra inocente topilla, y poner pies en polvorosa en cuanto encontrase la mínima ocasión, como negarse a vivir con sus suegros, vender su madriguera actual o pensar en tener un topillito que le quitase el protagonismo en la guardería.
¿A dónde quiero llegar yo con todo esto?
Pues decirle a mis muy queridas amigas solteras que antes de salir a buscar novio se lean un buen estudio sobre los topillos. Yo he tenido la suerte de estar en la pradera en el momento adecuado, pero hubiera agradecido mucho en su día conocer la vida de los topillos y dar boleto a más de un Peter Pan.
¿Parece monísimo verdad? ¡Pues vete tú a saber!
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