Mi querida amiga, Lisa, italiana, escritora, divertidísima y claramente mi ángel de la guarda en Eslovenia, nos llamó para invitarnos a comer.
No, no, nooooo…replicamos inmediatamente…. veniros a casa a cenar el miércoles. Vais a ser nuestros conejillos de indias. La inocente Lisa cuando se enteró de que cenaríamos pescado y que los conejitos eran ellos se quedó un poco decepcionada: “Oy, io pensavo che conejitos de indias fosse un piatto, una ricetta andalusa!!!”
Qué os voy a decir: otra noche sin dormir. No hay dolor, viva la decoración, ella desviaría la atención del posible desastre culinario. Decidí hacer coincidir el color de los tulipanes bermellones que decoraban el centro de la mesa con el primer y tercer plato.
¿El primer plato? Ensalada de queso de cabra con frutos rojos (frambuesas y pipas de granada) ¿El tercer plato? Pastel de frutos rojos con helado de frambuesa.
Todo muy colorido. Un toque “fashion”. (El jamón del aperitivo también hacía juego, ahora que me doy cuenta)
¿El segundo plato? Lubina al horno sobre una base de patatas, acompañada de múltiples verduras al horno.
Total, estábamos en plan cocinillas cuando me doy cuenta de que son ya las siete y media, y que nuestros invitados estaban al caer. Un grito más tarde “¡Dios mío, es tardísimo!” fui corriendo a ducharme, esperando poder quitarme el olor a cebolla de mis manos y el olor a fritura de pimientos de mi pelo. Para mi disgusto, el olor no se quitó hasta varios días después, o al menos no se quitó de mi pituitaria.
Para cuando salí del baño y volví, se podía jugar al frisbi con mis patatas, que tan esmeradamente había cortado en finas rodajas. Las puse igualmente porque si no desaparecía la mitad del plato, y no era plan. Pero las verduritas prometían. Luis, quién ya era un frito en sí mismo, se había dejado la piel para que estuviesen perfectas. Y en efecto, fueron el éxito de la noche.
Nuestros invitados llegaron guapos y perfumados, y se sentaron a tomar el aperitivo en el salón, mientras Luis y yo llegábamos a la compenetración visual más perfecta que hemos tenido en lo que dura ya nuestro matrimonio. “Vete ya que se queman”, mientras salían lenguas de fuego de sus ojos, fue lo más tranquilizador que emitía mi adorado esposo.
No me pude concentrar en la conversación ni un minuto durante la cena. Sólamente podía pensar en lo duras que estaban las patatas (y sosas); y en la cara de Brane, arquitecto esloveno de gran tamaño, a mi derecha, que miraba desesperado la comida dietética que le habíamos preparado. Una cena ligera sin rastro de colesterol. Para compensar le serví dos raciones de tarta y de helado. Él se dio cuenta de mi preocupación, y me aclaró gentilmente que no me preocupase que él había hecho un “late lunch”. Toma.
A Luis no se le veía tan preocupado. Supongo que fue porque estaba orgullosísimo de sus verduras. Pero si notó que dejamos a nuestros comensales silbando y por ello, al día siguiente, elaboró un menú más adecuado.
Copas en el salón, risas, Brane durmiendo (literalmente) la comilona (no, no puede ser), Michelle hablando de mujeres, Lisa divertisíma, nos relajamos…
Menú para los siguientes que vengan a casa (fuente: Luis C.)
Aperitivo: selección de embutidos ibéricos, salazones y un queso por cada estado miembro de la UE. Festival de croquetas. Empanada de bonito. Pepinillos. Banderillas.
Primer plato: fabada asturiana.
Segundo: marmitako.
Pescado: bacalao a la bilbaína con pan frito.
Carne: entrecot sepultado en queso Gorgonzola.
Nueva pasada por la tabla de quesos. Postre: hojaldre de nata, castañas, nueces y frutas del bosque.
Para beber: chocolate caliente y espeso.
Side dish en cada plato: kraut.
PD: ¡Yo me he pedido de postre una cocinera y una camarera a ver si cuela!
viernes, 27 de febrero de 2009
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1 comentario:
Sandrius, no tiene desperdicio. Me ha parecido genial!!!
Espero que cuando vayamos a veros nos preparemos una cena tan suculenta como la comentada por Luis (jejeje)
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